martes, 26 de enero de 2016

Aviones

Sacamos un par de sillas al balcón y nos sentamos a verlos. Prodigiosamente, presientes el primero de la tarde y señalas al cielo. Busco entre el firmamento y veo el halcón de acero surcando nuestro encuentro que se me antoja inolvidable. Nos despedimos agitando las manos con fuerza y esperamos el próximo. Un par de gaviotas nos distraen, pero no lo suficiente como para que olvides el verdadero propósito de nuestro momento y me golpeas la mano para que no postergue mi saludo a los pasajeros de turno. «Chao, avión», digo una y otra vez mientras tú intentas imitar mi pronunciación. Pero no te sobrará saber, hijo querido, que soy yo el que daría todo por imitar tu risa cuando te despides de un pájaro gigante.