viernes, 15 de noviembre de 2013

La música de las sirenas

Javier Perucho, uno de los más juiciosos estudiosos del microrrelato, ha publicado un nueva antología de su gran pasión, las sirenas. Anteriormente publicó Yo no canto, Ulises, cuento, un libro extraordinario que aborda la misma temática. En esta ocasión, la alegría es grande, porque Sirena, micro de mi autoría, comparte páginas en este libro con amigos de La Inter y maestros del género.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Canción de invierno

Una mujer se había enamorado de la lluvia. Se ilusionaba con los nubarrones, se alegraba con la llovizna, se excitaba con los aguaceros. Añoraba el invierno durante todo el año. Cuando llegaba, salía a las calles, se sentaba en el prado helado de los parques y escribía sus cartas de amor en medio de la tempestad. Por supuesto, vivía enferma y sus padres le prohibieron las salidas al frío de los temporales. Rebelde, sin embargo, una noche de diluvio escapó de casa buscando el origen de los truenos. Murió sumergida en un lago al que se lanzó para emular la imagen de las gotas rebotando sobre el agua. Nunca encontraron el cuerpo. Algunos dicen que se transformó en rocío y que se la escucha cantar cada vez que cae granizo.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Espejos de concreto

Debajo de esta casa habita un intruso. Puedo sentirlo pegando el oído al techo, encaramado a un butaco, mientras yo me agacho para escuchar en qué anda.

viernes, 8 de noviembre de 2013

El racionamiento

En el año 92, debido a la escasez se agua que se presentó en las hidroeléctricas de Colombia por un fenómeno climático, el gobierno se vio obligado a decretar un racionamiento de energía en el que se hacían cortes de luz de las cinco de la tarde a las nueve de la noche. Durante esas horas, las familias sustituimos el televisor por la radio y el silencio por el diálogo. Recuerdo con cariño el tiempo que pasaba escuchando las anécdotas de mis abuelos contándonos acerca del amor que los encontró. Aquel navío que atravesaba el río Magdalena al que mi abuelo se coló solo para ver a mi abuela, aquellos telegramas que se enviaban desde sus ciudades natales para sostener vivos los recuerdos, aquel bolero dedicado en la serenata que selló el enamoramiento. La paradoja no deja de sorprenderme. Volvió la luz y se apagaron las conversaciones.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Canciones y golondrinas

Mi abuelo me contaba la historia de un hombre que cada vez que entonaba una canción, nacía una golondrina. «Con cada nota», me decía, «el ave se va formando sobre la rama de un arbusto. Con la nota final, verás que está listo para emprender el vuelo». Yo, por supuesto, estaba convencido de que todas las cosas que me decía estaban relacionadas con los disparates inherentes a su vejez. Sin embargo, el día que eligió para despedirse de la familia, me llamó aparte y me susurró al oído mientras me entregaba la llave de un cuarto prohibido para mí. Mientras la familia se quedaba a su lado para darle el adiós definitivo, yo salía para develar el misterio de la habitación. La abrí y encontré una vieja guitarra recostada sobre una mesilla. Luego seguí el camino de unas partituras desparramadas por el suelo que conducían hasta un portón entreabierto. Alcancé a escuchar el gorjeo colectivo de las aves y los sollozos de mi padre a la distancia.