Llegará el día en el que las mariposas se conviertan en huracanes.
El día en el que los truenos tomen forma de luciérnaga, de lirio, de remolino.
Llegará quizá la noche en que las estrellas apaguen su brillo por un capricho infantil y la luna se duplique contraviniendo las exactitudes del universo.
Va a llegar el día en que el destino llegue empacado en cintillas de caracola definidas con el adjetivo de interminables.
La tarde en la que el halo de luz que se cuela por las ventanas de los insomnes se transforme en polvo de hada, en risa de duende, en lágrima de centauro.
Una noche a las ocho de la noche que será destrozada por un trío de manecillas formada en la academia de la rebeldía.
Quizá llegue el día en que los ladridos tomen forma de susurros y los perros olviden lo aprendido para empezar a volar.
Llegará el día inconcluso donde el sol decida no ocultarse y los ladrones abandonen las calles tan solo para oler el pan o para burlar el hambre.
Tal vez llegue ese instante en que las humedades cuenten historias de ancestros y la fragancia del pasado se presente para dejar constancia de la jerarquía del recuerdo.
Y mientras llegan esos días que ansiaría cualquier canción, yo los olvido por el único que espero. Ese que llegues tú y me abraces con la mirada para decirme lo que aún no te enseñaron las palabras.
martes, 17 de diciembre de 2013
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