miércoles, 24 de abril de 2013
Las puertas cerradas
Me aterran las puertas abiertas. Me estremecen, especialmente, las de la casa de la tía Etelvina. Cada vez que la visito y encuentro una habitación sin cerrojo, me acerco palideciendo de miedo y, sin mirar al interior, cierro la puerta de un golpe seco. Sin embargo, con el paso de las horas, no sé si es mi memoria la que me juega una mala pasada o si es el viento el que contribuye con la reapertura del portón: al recorrer de nuevo los pasillos, suelo encontrar el cuarto que juré cerrado con su puerta de par en par. De nuevo, me acerco, tirito y, esta vez, asegurándome de poner el seguro, clausuro la habitación. Firme, me ubico al frente del cuarto cerrado, pero no pasa más de un minuto cuando siento de nuevo las piernas temblar, al observar la manija de la puerta moviéndose con torpeza para regresar a su espeluznante estado natural.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Ese escalofrío que nos eriza los pelos de la nuca.
Un abrazo.
Objetivo cumplido. Gracias por pasar, Pedro.
Publicar un comentario