A Felipe Garrido
Te arranco de este cuerpo, testigo silencioso de tus voraces caprichos, de tus ostentosos deseos. Te arranco de esta alma que soportó tus necedades como vértigos grises, dolorosos. Te arranco de mi vida si es que alguna vez la quisiste en la tuya desterrándome del veneno que me sellaron tus labios ese y todos los domingos bautizados por la melancolía. Te alejo para siempre, como quien destruye la hojarasca de una pisada certera que se tenía guardada la rabia, la desesperación. Te expulso de mis días que aguantaron tus vacíos como témpanos inamovibles, de mis tardes onerosas condenadas al desamor de tu saliva, de tus noches cancerosas cargadas de mentiras, de penumbra, de hastío. Te conjuro, traidora, hoy y para nunca.
2 comentarios:
Parece demasiado visceral este conjuro, intuyo que esa expulsión no es tan fácil como desea.
Los adioses más efectivos son los que se dan sin emoción, sin que duelan.
Me gustó mucho el texto
Un abrazo
Tú lo has dicho, Alís, esos conjuros siempre resultan más difíciles para quien los invoca.
Un beso.
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