miércoles, 18 de septiembre de 2013
Voz propia
En una playa, vaya y venga. ¿Pero en una ciudad determinada por la vorágine? No era común, pero ahí estaba: acostada sobre asfalto crudo que se muestra testigo de los viajes matutinos, de los ires cotidianos, de los transeúntes extraviados. Ahí la vi, enconchada como el niño asustado y sólida como el guerrero con acero. Su esmalte cristalino asemejaba los colores del Caribe y sus costillas verticales parecían entonar vallenatos de viejos pregoneros. Anhelante de conocer los misterios del océano a los que la urbe me limitó, levanté la caracola —tal como indica el mito popular— la acerqué a mi oído y escuché, tímido entre el viento y los navíos, el murmullo del mar.
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4 comentarios:
Una bonita imagen de libertad dentro de una ciudad. Buena esa Esteban
Gracias por tus palabras, Eskimal. Va mi abrazo.
No puedo comentarte nada porque es demasiado perfecto.
Genial.
Muchas gracias por esas 'no' palabras, Pez. Abrazo.
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