miércoles, 2 de octubre de 2013
Visita
Los gritos de los niños han cambiado por el trino de los petirrojos. No reconozco el día hasta que salgo al solar y observo a la nieta de la señora Carrasco leyéndole las noticias de la semana. «Domingo», pienso. «Es domingo». Si no fuera así, estaría con Patricio, entregándole mis horas al póquer. Pero es domingo y, aunque odie el sol, esperaré sentado que la visita de Patricio se canse y que llegue la hora de la cena. Sé qué sucederá. Los años me han colmado de paciencia y por eso me entrego. Camino lento, arrastro mis sandalias y me confío a la banca de los lamentos. Así le decimos con Patricio. La enfermera se me acerca y me habla al oído. Encojo los hombros, mientras ella me asiste para que me ponga de pie. El trino de los petirrojos ha cambiado por el murmullo de las luciérnagas.
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2 comentarios:
Qué terrible ese abandono, esa espera eterna que casi nunca tiene respuesta.
Un abrazo
Alís, la vejez, que sí llega sola.
Diego, entregado a la muerte. Abrazos.
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