jueves, 14 de agosto de 2014

El brevo

Eran buenos años. Mis abuelos aún controlaban sus movimientos, su voz y sus esfínteres. En medio del patio que mi hermano y yo solíamos usar para jugar a ‘La lleva’, un hermoso brevo crecía y daba sus frutos sin falta cada cierto tiempo. Recuerdo a mi abuelo indicándome cuáles eran las brevas más maduras del árbol para que las depositara en una canastilla y a mi abuela seleccionándolas para preparar brevas con arequipe, dulce de breva, brevas con melao o brevas en almíbar. Entonces a mis abuelos les llegó el alzhéimer, el párkinson, la incontinencia. Y al patio también. Jamás reverdeció de nuevo ni volvió a ver el color de la primavera. Hoy, a causa de la muerte de mi abuelo, tuve que volver a la casa que adornó mi infancia y regresé al patio que testificó mis juegos. El brevo se había esfumado, como si su decisión hubiera sido viajar con el patriarca que lo vio crecer para seguirle ofreciendo sus tributos en el paraíso.

No hay comentarios: