En la ciénaga del caribe colombiano, mientras las olas arrecian contra las rocas, una bandada de garzas suele asentarse en las cercanías de los lagos de junco formados por platanales. Las garzas se sienten cómodas en los humedales y por eso es fácil encontrarlas pisando fuerte sobre las aguas y escarbando peces para amenizar el hambre del atardecer. En una época del año, estas curiosas aves emprenden su vuelo surcando los cielos del río Magdalena, mientras los niños morenos y con el torso desnudo les señalan a sus padres las figuras maravillosas que deja a su paso la bandada. Sin embargo, aunque parezcan inanimados, los platanales que albergan a las garzas sufren especialmente la estación que marca su partida. Allí quedan, esperando la recolección del fruto de las familias cienagueras, pero, sobre todo, el retorno de esas aves zancudas y blancas que alegran el silencio del humedal. Un día, de pronto, las migratorias regresan para un evento sumamente especial. Entre los juncos y las totoras, las garzas forman su nido y dejan al cuidado de los platanales la suerte de sus crías. Cantan los pregoneros del lugar que no hay lugar más seguro para esos huevos, porque son las mismas matas de plátano las que protegen con su magia particular el futuro vuelo de los pequeñines que se asoman desde el cascarón.
Con este microrrelato despido el 2014. Si Dios y la imaginación me lo permiten, espero que nos leamos con más frecuencia el próximo año.
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2 comentarios:
Maravilloso relato pro-garza.
En sinergía co ésto hace unos días pasé por un arrozal de la carretera 5 Norte de California donde había una diez mil garzas aterrizando , no se por cual razón.
Lindo Esteban, me alegró la noche.
Saludos y feliz fin de año.
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