Mi historia es triste. Hace años, muchos años, caí perdida por el amor de un centauro. Su torso marcado como el del atleta y su cuerpo viril como el del equino. ¿Qué más puede pedir una mujer? Lo encontré en un bosque, imponente, vagando entre los pastizales al rayo del sol. Con solo vernos, ambos sabíamos qué buscábamos. Nos amamos sin medida entre los matorrales, entregados a la pasión desenfrenada que trae consigo la prohibición y la conciencia del pecado. No se fue hasta recorrer el último milímetro de mi piel, pero cuando partió, se llevó con su mito la mejor noche de mi vida. Pasaron muchos años y ya soy una anciana, decrépita, acabada y al borde de la muerte. Jamás lo volví a ver, pero movida por esa experiencia de leyenda y, claro, por el recuerdo de ese amor fugaz, decidí comprarle una caballada a un poderoso hacendado. Ya han pasado varios años desde que adquirí los caballos, pero todavía, cuando suelo acercarme a ellos —como si fuera una extraña— empiezan a temblar.
viernes, 11 de marzo de 2011
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3 comentarios:
Que buen manejo, el final es bastante interesante, inesperado y tiene fuerza
que cuento tan increible, el final es inesperado pero cautivador.
Un beso.
Gin y Ángela, gracias por sus aportes y comentarios.
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