viernes, 7 de junio de 2013

Las ciudades invisibles

Cuando lo leí por primera vez, no sabía a ciencia cierta que los textos de Ítalo Calvino podrían catalogarse entre lo que hoy ustedes y yo clasificamos como microrrelatos. Básicamente, fue un libro que me marcó, una de esas obras que sabía que, leyera lo que leyera después, jamás se me iba a olvidar. Las ciudades invisibles fue, incluso, el punto de partida, la inspiración más evidente de los microrrelatos que denominé como Zonas anónimas en Los cuentitos y de los cuales diecinueve están recogidos en mi primer libro. Esta entrada viene al caso, porque hace poco menos de un mes lo releí en su totalidad. Esta vez, la sensación fue distinta. Fue como recorrer lugares que había visitado antes, pero con una admiración manifiesta de la cual era imposible desligarme. Cada nueva ciudad me atrapó de nuevo, no solo por la idea concebida para ella, sino por la maestría con la el autor logró describirla, usando como excusa las anécdotas que Marco Polo le narraba a Kublai Kan. Las ciudades invisibles se ha convertido en mi libro imprescindible, el lugar al que me resulta inevitable volver, porque, quiéralo o no, siempre voy a querer evocar la literatura que Calvino logró en estas páginas. Es mi referente, pero también, mi polo a tierra. Es mi cumbre, pero también, mi tormento. Bendito seas, Calvino, por esta obra. Maldito seas, también, por dejar el listón tan, tan arriba.

2 comentarios:

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Confesaré que no la he leído, Esteban y manifiesto mi propósito de enmienda inmediato.

Un abrazo,

Esteban Dublín dijo...

No te arrepentirás, Pedro, lo juro.