viernes, 11 de noviembre de 2011
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El náufrago no recuerda con exactitud los días que lleva atrapado en la isla. Débil y hambriento, escarba con demencia entre la arena en busca de bichos terrestres o marinos que le resulten comestibles. Mientras hurga a la orilla, una ola trae consigo una botella que llega hasta sus manos. El hombre la recoge, saca el corcho con un gran esfuerzo y extrae la nota que está al interior. La abre, la lee y, llorando, reconoce su firma.
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10 comentarios:
Desolador.
Abrazos de consuelo al náufrago ;)
Me gustó. Eso de los náufragos da para mucho. En mi tintero anda otro: a ver cuándo se decide a salir. Abrazos, y gracias de nuevo por el cuento dedicado en la Inter.
Pobrecillo...
Besos
¡Jo! ya más miseria no se puede pedir...
Triste.
Saludos desde mi blog de escritos.
terrible.
Un beso.
Esteban, sacabo de leer el <> en la Inter..
Increible!!
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Un beso.
Rocío, el efecto esperado era ese. Un abrazo desde la otra orilla de mi isla.
Víctor, puede ser bueno, pero no supera el tuyo del amigo imaginario.
Ananda, no culpemos al autor. Las historias llegan sin llamar.
Elysa, a que sí se puede.
Deigar, qué bueno verte por aquí de nuevo.
Angelita, gracias. Con respecto a tu segundo comentario, no sé a qué microrrelato te refieres. Avísame.
lo siento,lo borre sin darme cuenta. < Final> el que esta publicado en la Inter.
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