martes, 15 de marzo de 2016

Lupe

Te busco entre los asistentes de la fiesta, escudriño entre los rostros cubiertos con el antifaz. Sospecho que me buscas de la misma forma, que intentas descubrirme en medio del desfile de disfraces, que intuyes mi presencia, pero no te atreves a hablarme por temor a equivocarte. Manifiéstate, querido mío, que a pesar de que esta máscara me cubre, detrás de la careta te espera una mujer abierta a las posibilidades del amor. Aquí estaré para ti, pero no olvides el trato al que llegamos previamente en esta cita a ciegas que nos propuso el destino: si decides hablarme, seré la última mortal a la que le vuelvas a hablar. Mantendré mi máscara, pero tú tendrás que quitarte la tuya para siempre.

lunes, 14 de marzo de 2016

Lilibeth

Recuérdalo: en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe. En la riqueza será sencillo: podremos tener cinco hijos y reinvertir todo el dinero que nos sobra en futuros negocios para ser cada vez más ricos. En la pobreza, claro está, no tanto: será más difícil establecer un patrón económico que nos permita adecuarnos al estilo de vida que soñamos. Quizá discutamos mucho, pero no podemos permitir que las tinieblas opaquen este hogar. En la salud, sin duda, sencillísimo: estaremos vitales el uno para el otro sin más preocupación que salir de la rutina a partir de actividades que estimulen nuestra imaginación. En la enfermedad, en cambio, toda una desgracia: tú o yo cuidando del otro sin un afán distinto al de desaparecer para descansar del olor a fármaco y comida de hospital. Lo menos importante es el tema de la muerte. De allá ya volvimos juntos una vez y no nos separó.

domingo, 13 de marzo de 2016

Paulina

Desde que te fuiste, desde que visto este traje negro que honra tu ausencia, olvidé lo que es dormir tranquila. Ahora confundo las noches con los días y distinguir la realidad del sueño cada vez me es más difícil. Por eso sufro al pensar que has regresado de la oscuridad y que te sientas a mi lado para acariciar mi cabello dorado, como solías hacerlo. Sufro al descubrir que en realidad has sido un sueño donde aparece tu fantasma que se niega a retirarse de manera definitiva. Dudo constantemente cuando percibo la inminencia de mi despertar y lloro entre las sábanas que nos arropaban aún con los ojos cerrados. Así que te pido, amor mío, que no te aparezcas otra vez como un intruso en medio de mis sueños. Pero si llegas a volver, te lo suplico, no me permitas despertar.

sábado, 12 de marzo de 2016

Pía

Veo los nubarrones púrpura que se posan sobre esta casa, la manada de gatos nos acompaña los fines de semana, los traviesos fantasmas que se divierten escondiendo nuestras notas de amor. Observo con total claridad las sombras perdidas de los detalles fugaces, las cruces de acero estampadas sobre estas cuatro paredes, el salitre seco consecuencia de las tardes de domingo habitadas por la pasión. Todo eso lo veo con el ojo que me queda, pero no vayas a creer que el otro está extraviado del todo. Ese lo he usado para seguirte cuando sales de casa y me dejas esperándote. Y sí, he visto lo que haces. ¿Por qué tan nervioso?

viernes, 11 de marzo de 2016

Fiona

No te faltará saber hasta dónde me llevó tu desamor, pero tampoco me interesa que lo desconozcas. De alguna forma, un granuja debe enterarse de las consecuencias de sus actos. Trunqué mi horario y me convertí en una habitante de la noche, ya que durante el día solo puedo dormir. En medio de las lágrimas que me propició tu ausencia, encontré la locura hasta caer en la más profunda de sus sombras. Navego en la demencia, repitiendo tu nombre de forma frenética con el único fin de que en el momento que te reencuentre, ya solo tenga que quedarme con la imagen de tu cara congelada ante la inminencia de mi reparación. Debiste pensarlo bien antes de condenarme al olvido. Si bien tú solo me ves como una loca, es justamente esa manía la que emplearé como castigo para sepultar tu nombre y, de paso, tu cuerpo.

jueves, 10 de marzo de 2016

Estela

Te equivocas si crees que arrancándome el ojo te escapaste de mi custodia. Derecho y caprichoso, mi ojo vigila tus movimientos y me llena de argumentos para planificar en detalle la venganza. Te ha visto engañándome con meretrices sin alma en medio de los más sórdidos burdeles, te ha encontrado persiguiendo por callejones a indefensos gatitos para la ejecución de tus crueles experimentos, te ha descubierto invocando a los fantasmas que se niegan a dejarme en paz. Estoy lista para envolverte con mi falda blanquinegra y marcarte con mi collar que será tu cruz. Si pude ver todo esto con el ojo que me falta, solo tiembla de imaginar lo que verá el que me queda.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Matty

Cuando se oculta la luz y las luciérnagas deben cumplir su rol, me filtro entre las sombras. Soy la gata que se cuela por tu ventana, la felina que vigila tus movimientos, la minina que se duerme al lado de tu silencio. Siete veces me has matado y siete veces he surgido de entre las tinieblas para regresar sigilosa a las sábanas de las que me destierras. Pero no vayas a creer que vuelvo porque te considero imprescindible. Retorno con el objetivo de preservar mi especie ante tu manifiesto deseo de extinción. Así que ten cuidado, porque ya conozco tu plan para eliminarme por octava vez. No te saldrá. Yo, desde un décimo piso, puedo caer de pie sin el más mínimo rasguño. Vamos a probar si puedes hacer lo mismo.

martes, 8 de marzo de 2016

Emma

¿Cómo te atreviste? Bien sabes que si de hechizar se trata, aquí estoy yo. Y bien sabes también que no se trata de un común y mundano truco de brujería. Tampoco de un hipnótico proceso después de mirarme a los ojos. Mucho menos de una especie de trance en la que entras después de sellarte la boca con un beso ruin. Todo eso lo puedo hacer –lo sabes–, pero para eso ya están otro tipo de muñecas. Lo mío, lo que me distingue del encantamiento tradicional, es el baile. Me verás contoneándome entre las sombras, danzando al ritmo de los aullidos lobunos y moviéndome sin cesar al preludio del crepúsculo. Caerás tendido a mis pies, víctima de mi magia como un perro indefenso sin tregua ante el encanto. Te veré caer, letárgico, cada vez que ejecuto un nuevo movimiento. Me rogarás, suplicarás por mi perdón el adefesio de tu infamia e implorarás por un ápice de piedad. Pero será demasiado tarde. Debiste pensarlo bien antes de imaginar la idea absurda de enterrarme viva. Que no se te olvide que la tierra nunca será un obstáculo para una auténtica bailarina.

lunes, 7 de marzo de 2016

Sabrina

Nací una noche de luna llena, en medio del granizo, brotada de la lluvia. Soy la descendencia incuestionable de un amor imposible, la hija surgida del cruce entre una loba y un trueno. Me reconocí desnuda en un pastizal, buscando mi salida en medio del diluvio. Divisé un gato a la distancia, un felino soportando el aguacero, y no dudé en seguir el camino que me trazó con la mirada. Se escabulló entre los matorrales, escapó de las arboledas y me llevó hasta una pequeña choza perdida en un extenso bosque. Abrí la puerta, escuché el chirrido de la madera y me vi frente a un caldero humeante. Tomé una vasija de barro expuesta a su suerte en medio de la casa, sumergí la cerámica en medio de la pócima y la bebí a riesgo del incendio interior. Me convertí en la hechicera de cabello rojizo, la insomne Sabrina con la cruz sobre el cuello que determina tu suerte. Solo yo te puedo decir si tu amor arderá como mi boca o se apagará como mis ojos.

martes, 26 de enero de 2016

Aviones

Sacamos un par de sillas al balcón y nos sentamos a verlos. Prodigiosamente, presientes el primero de la tarde y señalas al cielo. Busco entre el firmamento y veo el halcón de acero surcando nuestro encuentro que se me antoja inolvidable. Nos despedimos agitando las manos con fuerza y esperamos el próximo. Un par de gaviotas nos distraen, pero no lo suficiente como para que olvides el verdadero propósito de nuestro momento y me golpeas la mano para que no postergue mi saludo a los pasajeros de turno. «Chao, avión», digo una y otra vez mientras tú intentas imitar mi pronunciación. Pero no te sobrará saber, hijo querido, que soy yo el que daría todo por imitar tu risa cuando te despides de un pájaro gigante.

martes, 27 de octubre de 2015

Carrera nocturna

En esta ocasión, salí a correr de noche. Dejé atrás las edificaciones con sus luces y me adentré en un bosque tupido de matorrales. Con cada paso, la oscuridad se iba apoderando del camino. Tanto así que solo podía divisar sombras y apenas me guiaba por el gemido de las chicharras. Tropecé en varias ocasiones, pero me mantenía firme en mi intención de culminar la carrera. Sin embargo, la negrura de la noche era casi total y mi visión se limitaba a la intuición. Me perdí. No desaceleré ni un minuto, pero no miento si les digo que, de repente, lo que antes percibía como arboleda empezó a transformarse en monstruosidad. Ocultos entre los senderos, engendros descomunales aguardaban mi paso detallando el ritmo de mis andanzas. Sin guía ni faro alguno que alumbrara mi retorno, respiré hondo y continué mi marcha a medida que las piernas me temblaban de solo pensar en el ataque de los fenómenos. Juro por lo más sagrado que los observé siguiéndome con la mirada cada vez que daba un nuevo paso. Lo curioso es que no se movían. Se mantenían inertes, paralizados, como si estuvieran esperando el momento justo para abalanzarse sobre mí y detenerme con la ferocidad de sus fauces. Aún así, nunca cambiaron su posición. Al fin, a lo lejos, alcancé a distinguir un fanal de luciérnagas que, como en un milagro, marcaron mi ruta de regreso. Temí la peor pesadilla, pero les aseguro que no estaba dormido.

martes, 29 de septiembre de 2015

Regreso

Una noche tuve la posibilidad de regresar al pasado. Recorrí las escaleras en espiral de madera, los tablones desvencijados con uno que otro tornillo asomado, las paredes de mármol adornadas con el polvo de los balonazos de mi juego infantil. Observé en detalle las arandelas de los portones y recorrí con mis manos el musgo quebradizo de los pesebres decembrinos. De la habitación olvidada salían armatrostes como serpentinas, mientras los restos de algodón y madera brillaban como la escarcha. Quise explorar el salón de baile y me encontré con los espejos oxidados que apenas confundían mi reflejo. En la mecedora, mi abuela bordaba un mantel al tiempo que se acomodaba los anteojos y escuchaba la emisora que solía dedicar el domingo a los boleros. Me reconoció acercándome y me dejó escuchar su voz fina: «A esta casa solo le quedan recuerdos, mijo», dijo. «Pero para llevárselos, no tenía que hacer un viaje tan largo».

lunes, 2 de marzo de 2015

El descanso de Sísifo

A Esteban Dublín 

Cerca de la frontera, en el centro de una vasta llanura salitrosa, se levanta, olvidada, una torre vigía con doble escalera de caracol. El asesino y su víctima suben y bajan por los helicoides de piedra sin encontrarse nunca. La persecución implacable y dilatoria, la fuga incesante, discurren entre paredes desnudas, sobre estrechos escalones que no permiten en ningún punto la marcha de dos personas. Asesino y víctima, infatigables, como alentados por un viento imperativo, corren constantemente, bornean jadeando los repetidos y curvos recodos, ascienden o descienden por la concavidad cilíndrica que parece prolongarse por siempre, cada uno en la hélice contraria y a escasa distancia del otro. Son el movimiento sin paliativos, la rémora de una culpa, la enconada materia de una venganza cuyos detalles olvidaron con el tiempo. Ebrios de espiral, entumecidos por la monótona condenación de la inercia, con la respiración sofocada, temblorosos, ya sólo saben su propósito irrevocable: matar y morir en nombre de un azar, de una arbitrariedad del pasado. Ninguno recuerda el momento de sus vidas en que equivocaron los términos. Presos de la furia y del pánico, llevados acá y allá por cuanto hay de fiebre alucinada en sus emociones, los dos únicos habitantes de esta torre repiten sin descanso la escena de una cacería incierta. En la duplicidad de la angosta escalera de caracol que impide grandes zancadas, el paso de ambos es iluminado a intervalos por la claridad ojival de las troneras, únicas salidas a un cielo chato de aceitoso blancor, al lejano pliegue de un horizonte diluido. Sin pasamanos, a tientas, sus caminos enfrentados confluyen y divergen, describen una compacta ráfaga de sombras, suenan con el gorgoteo de un líquido filtrándose en un cauce de guijarros. Limitadas por la contigüidad de su pared de mazmorra, las rotaciones en torno a aquel corredor vertical se engastan en los ojos del asesino y de su víctima, como una serpentina de imágenes superpuestas que se retorcieran indefinidamente sin moverse del mismo lugar. Al apresurarse ellos, el tiempo se estanca. Su pesado rastro de soles y lunas, de estaciones y eras, gravita en el aire al igual que el vuelo suspendido de los dos hombres intentando darse alcance en la vía muerta de la escalera mientras postergan la ferocidad del encuentro, el ensañamiento de los tajos, los berridos, el borbotar de la sangre, los estertores de la agonía. Ofuscados por el ímpetu homicida, aturdidos por el vértigo y la continua torsión de un escenario sin término, desorientados por la premonición de sus actos como cuando un sueño lo sueña a uno, no necesitan mirar de dónde se viene ni hacia dónde se va. A veces, cuando el calor estrangula en toda su extensión, cuando el sudor se adhiere en coágulos a cada miembro, cuando la tensión de los músculos se vuelve insoportable y el hormigueo de sus pies, que percuten inmisericordes sobre los peldaños en voluta, está a punto de reventarle los zapatos, el asesino titubea durante un instante. No pretende idear estratagema alguna para cortar la retirada de la víctima, ni legitimar sus derechos, sino elucidar el sentido de su presencia en aquella torre, en aquella mole incrustada profundamente en la tierra, formando cuerpo con ella, fecundada de gravedad y piedra. A veces, una sombra de transitoria debilidad cruza el cerebro del asesino como garabato de ave: detenerse, recular, no derrocharse en tal hostigamiento o no hacerlo con tanta convicción, mostrarse magnánimo, redimirse perdonando. A veces, la víctima, exánime, acuciada por el pavor y la humillación de una conjura que anuncia su muerte desde mucho tiempo atrás, sentenciada a una huida perpetua, siempre en movimiento, cede un segundo al hastío: antes de desangrarse como cerdo acuchillado en su artesa, quisiera conocer el reposo, aletargarse, sentarse a contemplar su último escombro de vida desde la ribera de la indolencia y, después, con el ritmo de la respiración en paz, entregarse al enemigo, vencida, deshabitada de miedo, pasto de su ira, investida de su espuela, la cabeza baja en señal de fin.

Ángel Olgoso. 

Este microrrelato hace parte del nuevo libro de Ángel, Breviario negro. Y yo no puedo estar más feliz de que semejante autor me haya dedicado uno de sus textos. Que alguien me pellizque. 

viernes, 16 de enero de 2015

Las tácticas

Tácticas contra el olvido es un libro no convencional compuesto por 10 postales. Cada una está contenida por una historia y una ilustración alusiva al relato. La decisión de realizar el libro a través de postales no es estética, sino conceptual, ya que los personajes que aparecen en cada historia luchan contra el olvido y las postales, por su condición natural de relectura, tienen la virtud de trascender en el tiempo y el espacio.

 Pueden escribirme a continuación en Comentarios o a mi correo electrónico, estebandublin@hotmail.com si desean un ejemplar. Su precio es de 15 dólares. No incluye los costos de envío por fuera de Colombia.

viernes, 9 de enero de 2015

Retador

“Que se quede ahí”, suplica Matilde desde una de las tribunas que abarrotan el escenario deportivo. “Que se quede ahí, Virgencita del Carmen”, repite con el escapulario en la mano mientras el juez eleva su irreversible conteo hacia el diez. El campeón; apodado ‘La Bestia’, con un prontuario de noventa victorias de las cuales treinta son por nocaut: aguarda desde su esquina, mira con desdén a su oponente tendido en la lona y da saltitos para no perder el ritmo. El público grita emocionado cada vez que el árbitro suma un dedo al final del combate. “No te levantes, Juan de la Cruz”, susurra la esposa del retador y madre de sus dos pequeñas hijas. Lo conoce desde niño, cuando se rebuscaba dinero haciendo cosas que nunca aprendió a hacer bien: barrer pisos, cuidar perros, ordeñar cabras, apostar a la ruleta, vender enciclopedias, escribir poesía, tallar madera, fundir queso, pisar uvas y, de repente, pelear al box. “Por tus hijas, hombre de Dios”, reza Matilde: “quédate ahí”.
           El inexperto púgil entreabre los ojos, escucha los gritos desesperados de los apostadores, apoya sus guantes contra el suelo y, tambaleando, se pone en guardia.